Cinco Falacias en El
Estado Emprendedor de Mariana Mazzucato
Quise
escribir este texto con la intensión de exponer públicamente cinco falacias
palpables que se desglosan en la obra El Estado Emprendedor (2013) de la
economista italiana Mariana Mazzucato a quien en los últimos años los progresistas
pura sangre como Gustavo Petro Urrego o en su defecto Gabriel Borich y los
mamertos de algunas universidades ven como alternativa para el desarrollo
económico de nuestros países. Lo que los progresistas y los mamertos ignoran es
que en esta obra se desprenden una serie de reductio ad absurdum que en cierto
modo empobrecen la argumentación utilizada por la autora y que a simple vista
demuestran una serie de propuestas falsas debido a las conclusiones absurdas y
contradictorias que se pueden detallar en el texto.
En
su libro, Mazzucato argumenta que el Estado ha sido el principal impulsor de la
innovación y el crecimiento económico, desafiando la narrativa liberal que
minimiza su papel. Sin embargo, su tesis contiene varias falacias y
simplificaciones que merecen un análisis crítico.
Dentro
de estas falacias, puedo demostrar cinco, las cuales las enumero a continuación
con la finalidad de desenmascarar a esta vendedora de falacias.
La
primera falacia que detallo en la obra de la economista es la generalización
apresurada o la del Estado como único emprendedor. Mazzucato sostiene que
grandes avances tecnológicos (como internet, el GPS o la revolución
farmacéutica) fueron exclusivamente producto de la inversión estatal. Si bien
es cierto que el financiamiento público jugó un papel clave, ignora la
colaboración público-privada y la capacidad de mercado para escalar
innovaciones. Empresas como Apple, Google o Tesla optimizaron tecnologías
inicialmente desarrolladas con fondos públicos, pero fue la iniciativa privada
la que las masificó y mejoró. Mazzucato pasa por alto que, sin mercados
competitivos, muchas de estas innovaciones habrían quedado en prototipos sin
aplicación práctica.
Una
segunda falacia es la Falsa causalidad o Confundir correlación con causalidad.
En el libro, Mazzucato sugiere que, porque el Estado financió investigaciones
que luego derivaron en innovaciones, fue la causa única del éxito. Esto ignora
que muchos proyectos estatales fracasaron o quedaron obsoletos. Por ejemplo,
Mazzucato elogia el papel del Estado en la industria farmacéutica, pero no
menciona que la regulación excesiva y los monopolios estatales en algunos
países han ralentizado el desarrollo médico. La causalidad no es directa: el
Estado puede ser un facilitador, pero no el único actor relevante.
En
una tercera falacia descubierta en esta obra es la del hombre de paja o la
caricatura del sector privado, pues Mazzucato critica la visión “neoliberal”
que presenta al Estado como un ente burocrático e ineficiente, pero ella misma
cae en una simplificación opuesta: pinta al sector privado como un free rider
que solo aprovecha la inversión pública. Esto ignora los riesgos que asumen las
empresas al invertir en I+D, así como los casos en los que el Estado malgasta
recursos en proyectos inviables (como los subsidios a empresas no
competitivas).
Otra
falacia que encuentro en la obra, es el romanticismo estatal enarbolado en esas
páginas que ciegamente conllevan a la autora y a sus seguidores a ignorar los
fracasos gubernamentales.
El
libro idealiza al Estado como un ente visionario y altruista, pero omite
discutir sus fracasos y defectos como: corrupción, captura regulatoria,
ineficiencia y la tendencia a sostener industrias obsoletas. Por ejemplo,
Mazzucato celebra el rol del Estado en energías renovables, pero no analiza
cómo subsidios mal diseñados (como los de biocombustibles) han generado
distorsiones económicas y ambientales.
La
falacia número cinco es la de la planificación centralizada. Mazzucato aboga
por un Estado que "dirija" la innovación estratégicamente, como si
los burócratas pudieran prever mejor que el mercado las necesidades futuras.
Esto ignora el problema del conocimiento disperso (señalado por Hayek) y los
incentivos perversos de la planificación central. Históricamente, los gobiernos
han tenido graves errores al apostar por tecnologías equivocadas, un ejemplo de
ello fue el proyecto Synfuel en EE.UU. en los 70s.
No
niego que el Estado Emprendedor es un libro provocador que revitaliza el debate
sobre el papel del Estado en la economía. Sin embargo, su enfoque adolece de
falacias de causalidad, generalización y un sesgo de confirmaciones que
sobrevalora al sector público mientras subestima la dinámica del mercado.
Reconocer el papel del Estado en la innovación es válido, pero atribuirle un
monopolio del emprendimiento es una exageración peligrosa que ignora las
lecciones de la historia económica. Mazzucato acierta al destacar casos de
éxito estatal, pero su marco teórico peca de reduccionismo al ignorar las
limitaciones prácticas del intervencionismo.
Numar Gonzáles Alvarado
Profesor de Filosofía e Historia.
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