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Neolenguas y Neologismos ¨Progres¨ como Agentes de Cambios Sociales, Culturales y Políticos en la Política Actual

 


Neolenguas y Neologismos ¨Progres¨ como Agentes de Cambios Sociales, Culturales y Políticos en la Política Actual


"Cambiar las palabras puede ser revolucionario, pero imponerlas puede ser opresivo"

En las últimos años, el lenguaje ha dejado de ser un mero vehículo de comunicación para convertirse en una herramienta de transformación social. La aparición de neolenguas y neologismos progresistas —como “todes”, “personas gestantes”, “racializade” o “violencia simbólica”— ha evidenciado el potencial que tiene el lenguaje para redefinir los marcos de interpretación de la realidad. Sin embargo, esta misma capacidad transformadora puede tornarse en un arma de doble filo, generando tensiones, confusión e incluso formas renovadas de censura y dogmatismo.

Hoy podemos partir de la siguiente convicción: el lenguaje moldea el mundo. Pero también sostiene una advertencia: cuando el lenguaje se convierte en un campo de batalla ideológico sin espacio para el disenso, corre el riesgo de convertirse en un instrumento de imposición simbólica.

No cabe duda de que los neologismos progresistas han cumplido un papel importante en visibilizar identidades y realidades históricamente excluidas. Judith Butler (2004) señala que el lenguaje no solo describe, sino que performa identidades. En este sentido, nombrar a quienes antes eran invisibles —como las personas no binarias o las víctimas de micromachismos— representa un avance en términos de reconocimiento social.

Sin embargo, esta expansión del lenguaje también ha generado fricciones. ¿Qué ocurre cuando el uso de ciertos términos se vuelve obligatorio en contextos institucionales, educativos o mediáticos, incluso bajo amenaza de sanción social o legal? ¿No se corre el riesgo de sustituir una hegemonía excluyente por otra que impone sus categorías como incuestionables?

Nancy Fraser (2013) advierte sobre el peligro de que las luchas por el reconocimiento desplacen la crítica estructural y material del poder. En otras palabras, el foco en el lenguaje puede volverse un fetiche que oculte desigualdades económicas y políticas más profundas.

Desde una perspectiva gramsciana, toda disputa por el lenguaje es una disputa por el sentido común (Gramsci, 1971/2000). En ese marco, los neologismos progresistas han contribuido a cuestionar discursos tradicionales y a empoderar a sectores históricamente subordinados. El lenguaje inclusivo, por ejemplo, busca despatriarcalizar el habla cotidiana y politizar lo que antes se asumía como neutral.

Pero esta resignificación del lenguaje también puede derivar en nuevos mecanismos de censura. Pierre Bourdieu (1991) ya advertía que el lenguaje funciona como un capital simbólico, cuya legitimidad está determinada por quién tiene el poder de nombrar. Hoy, ese poder parece trasladarse a ciertos sectores progresistas que fijan normas sobre lo que puede o no puede decirse, bajo el riesgo de caer en lo “políticamente incorrecto”.

Esta vigilancia discursiva, aunque parte de intenciones legítimas, puede derivar en formas de cancelación o autocensura que limitan el debate democrático y sofocan la libertad de pensamiento.

Culturalmente, el fenómeno de las neolenguas ha contribuido a una mayor pluralidad de narrativas. Como señala Derrida (1974), el lenguaje no solo refleja el mundo, sino que lo constituye. Nuevos términos traen consigo nuevas formas de habitar la cultura, y en ese sentido, el surgimiento de estas formas discursivas ha democratizado el acceso al relato colectivo.

Sin embargo, también ha provocado una fragmentación del discurso común. El surgimiento constante de neologismos, muchos de los cuales no son compartidos fuera de ciertos círculos ideológicos o académicos, puede dificultar la comunicación entre distintos sectores sociales. En lugar de unirnos, el lenguaje empieza a delimitar trincheras simbólicas, dificultando el entendimiento mutuo.

Además, cuando las reglas lingüísticas cambian con rapidez, muchas personas se sienten alienadas, e incluso hostigadas por no saber “hablar correctamente” bajo los nuevos estándares. Así, lo que comenzó como una apertura termina por crear nuevas formas de exclusión.

las neolenguas y los neologismos progresistas representan uno de los fenómenos lingüísticos más significativos del siglo XXI. Han abierto puertas a mundos invisibilizados, han reconfigurado el poder simbólico y han dado nombre a lo innombrado. Pero también han generado nuevos peligros: el dogmatismo ideológico, la censura disfrazada de corrección y la fragmentación social.

Cambiar las palabras puede ser revolucionario, pero imponerlas puede ser opresivo. La pregunta no es si debemos transformar el lenguaje, sino cómo hacerlo sin caer en los mismos errores que pretendemos superar. En esa tensión —entre emancipación y autoritarismo discursivo— se juega el destino de nuestra convivencia democrática.

Referencias bibliográficas

Bourdieu, P. (1991). Lenguaje y poder simbólico (J. B. Thompson, Ed.; G. Raymond y M. Adamson, Trad.). Harvard University Press.

Butler, J. (2004). Deshacer el género. Routledge.

Derrida, J. (1974). De gramatología (G. C. Spivak, Trad.). Johns Hopkins University Press. (Obra original publicada en 1967).

Fraser, N. (2013). Fortunas del feminismo: Del capitalismo estatal a la crisis neoliberal. Verso.

Gramsci, A. (2000). El lector de Antonio Gramsci: Escritos selectos 1916-1935 (D. Forgacs, Ed.). New York University Press. (Obra original publicada en 1971).

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